María
Ramil, alumna de 2º de Bachillerato, nos deja esta visión
personal de uno de los libros de lectura obligatoria de 1º.
Con el nombre de El capitán Alatriste se conoce la
primera entrega de Las aventuras del
capitán Alatriste, novela histórica popular
,
con el ingrediente de los escritores de la literatura más apreciada: Quevedo,
Lope o Garcilaso en el escenario de las
Españas, concretamente en el Madrid de Felipe IV, un joven rey, simpático,
mujeriego y fatal para dicho territorios, donde todo tenían un precio, hasta
las más íntegras conciencias. Por desgracia, como dice Pérez-Reverte, no es que
hayamos cambiado mucho desde entonces.
He aquí a Arturo Pérez-Reverte,
gran artífice de la literatura de aventuras moderna, capaz de batirse en el
duelo que es el campo literario con algunos de los novelistas más importantes
como Hugo, según mi parecer. Un escritor que nos regresa la Historia en
aventuras de miedo y de burla; una historia tremenda y ejemplar, agridulce, de
grandeza bélica y corrupción política.
Se trata de una novela de capa
y espada en un Madrid de setenta mil habitantes, confiado a la audacia, al
valor y el honor de Alatriste, nuestro protagonista; un espadachín situado en
una geografía urbana estudiada meticulosamente, en un
a
combinación antropológica y etnográfica perfecta de la época, añadiendo
Pérez-Reverte un toque extraordinario que envuelve a esta novela en una
atmósfera aventurera de heroicas manifestaciones.
Este es Pérez-Reverte, un
contador de historias en la Historia, quien ha escrito un libro que resulta un
desafío para quienes quieran vivir el pasado en la creatividad literaria de un
héroe mercenario, acompañado en todo momento por “capitán” como apodo, que es temido por su toledana y su vizcaína;
que ha luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes. Un
hombre respetado, querido y temido, cuya caracterización personal se revela
maravillosamente en una oración que, si no recuerdo mal, era la siguiente: “No era el hombre más honesto ni el más
piadoso, pero era un hombre valiente”.
Me resulta fascinante cómo se
puede llegar a conocer o creer que se conoce a un escritor a través de lo que
plasma en una hoja de papel. Ya que todo es reflejo del rompecabezas que es la
parte creativa del cerebro de este. Personalmente, me ha transmitido, aparte de
lo evidente, la historia del libro, el frenesí con el que hace resonar la
escritura con la audacia de una persona que ama su oficio y lo relata con la
misma pasión que siente y con el trabajo necesario para que el lector pueda
percibir también esa pasión; una exquisitez a la hora de describir de una forma
poética, clara y limpia que a medida que avanzamos en la lectura, cada vez
encontramos más sabrosa; un lenguaje que se adecúa a todos en detrimento de
esas expresiones que podríamos encontrar en una enciclopedia o en los libros de
historia, tan sucio y borroso que nos cuesta entenderlo, ya que a pesar de que
todo podría ser descrito de esta forma, tan rigurosa y científica, no tendría
sentido o significado, al igual que describir una de las sinfonías de Beethoven
como una mera variación de la presión de la onda auditiva. Es por ello que
afirmo que Pérez-Reverte ha realizado un trabajo sublime en todos los aspectos
que constituyen la obra.
Por todo esto, considero
oportuno concluir estas líneas diciendo que este es Pérez-Reverte: un hombre
honrado y valiente, provocador, incluso, que escribe sobre la verdad que fue
nuestro pasado, que no miente ya que él es reflejo del carácter honorable de
sus personajes; un hombre que es capaz de mantenernos en vela, haciendo que nos
tiemble el pulso al pasar la delgada hoja de papel que nos separa de lo que
puede pasar en las venideras líneas, porque no sabemos lo que ocurrirá; un
escritor que con esta maravillosa novela que es El capitán Alatriste cumple las dos reglas de la escritura, tener
algo que decir y decirlo. En definitiva, un escritor que nos da un motivo de
alegría a quienes convivimos diariamente con la lengua ya que demuestra que la
literatura no solo es fuente de placer, sino de conocimiento.
¡Gracias, María!!!!
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