Recollemos para colgar no noso blog o seguinte artigo de opinión de Manuel Rivas, publicado na prensa de hoxe como resposta á abraiante resolución en que un eminente xuíz da Comunidade de Madrid alega a inutilidade da nosa lingua para impedir a escolarización dunhas nenas en Vigo tras se divorciaren seus pais.
O artigo leva por título "A lingua inútil", e foi publicado en castelán por tratarse dun xornal de ámbito estatal, idioma que nós mantemos (e que nunca consideramos inútil).
Se equivoca usted, señor titular del juzgado número 6 de Alcorcón, al proclamar la carencia de "utilidad pública" del idioma gallego. En una caricatura de Castelao, un campesino dice: "Deus nos libre da Xustiza!". Quizás estaba pensando en usted, señor juez. Fíjese que útiles y previsoras son las lenguas "subalternas".
Fíjese si son previsoras que en los cuentos gallegos de Álvaro Cunqueiro hay personajes que como último deseo piden que en el ataúd, además de la Biblia, le metan el Código Civil por si tienen que pleitear en la otra vida. A la vista de como reculan los tiempos, me adelanto a pedir para el postrer viaje un ejemplar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, además de la Constitución española (subrayado el artículo 3º, apartado 2) por si el barquero Caronte se pone pesado, dispensando, y me niega la "utilidad pública del gallego" en el Más Allá, siguiendo la doctrina de su señoría.
Ya que estamos con la verdad narrativa de los cuentos y las últimas voluntades, permítame una breve historia. Un anciano campesino manda llamar al notario para hacer el testamento definitivo. Dice: "De la tierra, dejo un tercio para Ramón, un tercio para María, un tercio para Concha, un tercio para Manuel, otro tercio para Andrés..." El notario le interrumpe: "Pero, ¿no serán muchos tercios?" Y el campesino responde: "¡No sabe usted lo grande que es la tierra!" Pues con las lenguas ocurre algo parecido. Que hay sitio para todas. Que no pesan en la cabeza. Que no hay lengua inútil.
Inútiles, inútiles no le somos, señor juez. Hay muchas personas que nos comunicamos normalmente en gallego y no nos consideramos del todo inútiles. Como ocurre incluso en la judicatura, unos somos menos útiles que otros, hacemos lo que podemos, pero respetamos. Eso si, tenemos una educación mínima del respeto. Nuestros padres nos acunaron, nos criaron y nos contaron cuentos en gallego para espantar el miedo. Y no eran unos inútiles, créame. Gracias a ellos, no le tengo miedo, señor juez.
En su Tesis sobre el concepto de la Historia, dice Walter Benjamin: "No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie". Yo antes no entendía muy bien esta frase, se lo juro, pero se me han aclarado de repente las ideas, como por un rayo, después de leer su fundamento "lingüístico" para negar el traslado escolar a Vigo de unas niñas en el auto tramitado en un caso de divorcio. En ese aspecto, el documento no resiste el principio de realidad. En Galicia, las niñas no sólo aprenderían gallego, sino que podrían enriquecer su castellano con las "maravillosas curvas" que Unamuno admiraba en Valle-Inclán.
No voy a hablarle ahora de Alfonso X el Sabio, ni de Rosalía de Castro, ni del tronco común galaico-portugués, patrimonio lingüístico que nos permite comunicarnos con millones de personas en el mundo, desde Brasil al Timor Oriental. Como además tenemos la suerte de compartir el castellano, vea usted, señor juez, que no vamos tan mal pertrechados, siempre, claro, que a los niños no les amputen la lengua "inútil". Creo que lo que procede en este momento es ir al argumento protoecológico enunciado por Julio Camba. Según demostró en un irónico artículo, el gallego es un idioma muy apto para hablar no sólo entre las personas sino también con todo tipo de animales. ¡Fíjese usted si será útil!
Fíjese si son previsoras que en los cuentos gallegos de Álvaro Cunqueiro hay personajes que como último deseo piden que en el ataúd, además de la Biblia, le metan el Código Civil por si tienen que pleitear en la otra vida. A la vista de como reculan los tiempos, me adelanto a pedir para el postrer viaje un ejemplar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, además de la Constitución española (subrayado el artículo 3º, apartado 2) por si el barquero Caronte se pone pesado, dispensando, y me niega la "utilidad pública del gallego" en el Más Allá, siguiendo la doctrina de su señoría.
Ya que estamos con la verdad narrativa de los cuentos y las últimas voluntades, permítame una breve historia. Un anciano campesino manda llamar al notario para hacer el testamento definitivo. Dice: "De la tierra, dejo un tercio para Ramón, un tercio para María, un tercio para Concha, un tercio para Manuel, otro tercio para Andrés..." El notario le interrumpe: "Pero, ¿no serán muchos tercios?" Y el campesino responde: "¡No sabe usted lo grande que es la tierra!" Pues con las lenguas ocurre algo parecido. Que hay sitio para todas. Que no pesan en la cabeza. Que no hay lengua inútil.
Inútiles, inútiles no le somos, señor juez. Hay muchas personas que nos comunicamos normalmente en gallego y no nos consideramos del todo inútiles. Como ocurre incluso en la judicatura, unos somos menos útiles que otros, hacemos lo que podemos, pero respetamos. Eso si, tenemos una educación mínima del respeto. Nuestros padres nos acunaron, nos criaron y nos contaron cuentos en gallego para espantar el miedo. Y no eran unos inútiles, créame. Gracias a ellos, no le tengo miedo, señor juez.
En su Tesis sobre el concepto de la Historia, dice Walter Benjamin: "No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie". Yo antes no entendía muy bien esta frase, se lo juro, pero se me han aclarado de repente las ideas, como por un rayo, después de leer su fundamento "lingüístico" para negar el traslado escolar a Vigo de unas niñas en el auto tramitado en un caso de divorcio. En ese aspecto, el documento no resiste el principio de realidad. En Galicia, las niñas no sólo aprenderían gallego, sino que podrían enriquecer su castellano con las "maravillosas curvas" que Unamuno admiraba en Valle-Inclán.
No voy a hablarle ahora de Alfonso X el Sabio, ni de Rosalía de Castro, ni del tronco común galaico-portugués, patrimonio lingüístico que nos permite comunicarnos con millones de personas en el mundo, desde Brasil al Timor Oriental. Como además tenemos la suerte de compartir el castellano, vea usted, señor juez, que no vamos tan mal pertrechados, siempre, claro, que a los niños no les amputen la lengua "inútil". Creo que lo que procede en este momento es ir al argumento protoecológico enunciado por Julio Camba. Según demostró en un irónico artículo, el gallego es un idioma muy apto para hablar no sólo entre las personas sino también con todo tipo de animales. ¡Fíjese usted si será útil!
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